Sintoísmo: el camino de los dioses
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La ancestral práctica de la meditación en silencio ha perdurado a lo largo de los siglos como una técnica profundamente arraigada en la búsqueda de paz interior y claridad mental. A diferencia de otras formas de meditación que incorporan sonidos, mantras o movimientos físicos, la meditación en silencio se lleva a cabo en un entorno tranquilo, libre de distracciones, donde el único enfoque es la propia mente. Ejemplos notables de esta modalidad son el zazen y el vipassana.
El propósito fundamental de la meditación en silencio radica en alcanzar un estado de conciencia plena en el momento presente, evitando ser arrastrado por pensamientos o emociones que puedan perturbar la serenidad. En este sentido, se centra en la observación y aceptación de los pensamientos y emociones sin juzgarlos ni intentar modificarlos, cultivando así la capacidad de estar plenamente presente y entrar en comunión con el entorno.
La versatilidad de la meditación en silencio se refleja en la posibilidad de practicarla en diversas posturas: sentados en una silla, en posición de loto, sentados en seiza (postura arrodillada japonesa), de pie o incluso acostados. La clave reside en encontrar una postura cómoda que facilite mantener la atención y concentración durante la duración de la meditación, que puede extenderse desde unos pocos minutos hasta varias horas, según las preferencias, habilidades y experiencia de cada individuo.
La meditación en silencio se sustenta en tres elementos esenciales: parar, observar y aceptar. Detenerse física y mentalmente constituye el primer componente, marcando la necesidad de pausar tanto la actividad corporal como la mental. La observación es la práctica real de la meditación en silencio, y la aceptación es el resultado de una práctica constante que conduce, sin lugar a dudas, a un estado de serenidad, paz y comprensión profunda.
Jordi Ibern
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